Faster, más faster



Acelerar es adictivo. El impulso eléctrico que ordena acelerar es una droga. Si un rayo tuviera consciencia viviría enganchado a la belleza de su velocidad. El problema es bajar, desacelerar. Mejor muerto que lento. Por eso seguimos acelerando, para evitar la insoportable lentitud del ser. Es el miedo a la quietud el que nos corre y nos vuelve adictos a la velocidad. Somos Sandra Bullock y Keanu Reeves arriba del colectivo. La bomba es el miedo a lo que hay cuando no se está acelerando.

Las personas que manejan algún vehículo lo experimentan en forma de revoluciones por minuto. Pasar un camión en la ruta. Acelerar en una avenida mientras los lentos se pierden por el espejo retrovisor. El velocímetro y nuestros latidos se funden en un solo número. Peligroso y liberador. Para saber la verdadera postura de un artista hay que preguntarse de qué está enamorado, recomienda Witold Gombrowicz. Para saber la forma de ser de una persona hay que verla manejar. 

Como Tom Cruise en la nueva de Top Gun, buscamos llevar el avión hasta la velocidad prohibida por la burocracia militar. “Don’t think, just do” dice nuestro amigo Tom en esa peli. Ahí está, viajar tan rápido que sólo se pueda reaccionar, no pensar. Esta es la forma de vivir en internet porque esa es la forma de vivir en el capitalismo. Factor de aceleración, nos repetía nuestra profesora Margarita Rocha. Un sistema que sólo sabe acelerar va a generar y necesitar una tecnología que esté en esa frecuencia. 

Había una publicidad que mostraba a un pibe en un departamento que después de acostumbrarse a lo rápido que andaba internet no podía esperar a que los cubitos se hicieran en el freezer. El subidón de acelerar se paga caro. No podemos esperar. El que se queda atrás pierde. Las que se preocupan por esos rezagados también perdieron. Todos loosers. Nuestros guías son el pájaro Caniggia, Flash y Speedy Gonzáles. Turbo es el apodo ideal. 

¿Nos podremos bajar de esta? ¿O ya estamos jugados? ¿Se le puede pedir a las personas más nuevas que no aceleren? Nuestra versión joven se nos caga de risa. No es sexy levantar el pie del acelerador y ver cómo el resto se transforma en horizonte. Y hoy, lo sabemos, es difícil comunicar sin sensualidad. Lo intentamos igual. 

Hasta ahora sólo sabemos acelerar. Se puede ver en la velocidad que necesitaba el Delorean para viajar en el tiempo (88 millas / 140 km por hora). Si el Doc y Marty bajaran hoy en la ruta 2 una Amarok les tocaría bocina para que se corran del carril izquierdo. Ya estamos hablando como un audio de WhatsApp a 1.25, camino al 1.5. 

Desacelerar tal vez termine siendo, como todo, un lujo para unos pocos. Los privilegiados que viven en slow cities con acceso al tiempo. Y el resto seguiremos acelerando porque, como sabe Homero Simpson, del pozo se sale cavando.